martes, 16 de octubre de 2007

Saber leer y ser lector

María Eugenia Dubois. Conferencia presentada en la Jornada de Reflexión sobre Lectura y Escritura en Barranquilla.

Desde hace décadas, en casi todos nuestros países, se vienen realizando enormes esfuerzos en aras de la enseñanza, promoción y animación de la lectura a fin de solucionar lo que se ha dado en llamar la crisis de la lectura. Instituciones escolares, bibliotecas, asociaciones y grupos de maestros, organismos nacionales e internacionales, grupos editoriales, todos se han abocado, desde sus respectivos campos de acción al tratamiento del problema. Se esperaba que la suma de tantas voluntades rindiera sus frutos y hoy, en verdad, se podría decir que son pocos los niños y los jóvenes a quienes las escuelas e institutos no hayan podido enseñarles a leer. Sin embargo, nos seguimos quejando de que nuestros alumnos no son lectores. Pero no es de extrañar, no basta con saber leer para ser lector. El conocimiento del código escrito y de sus reglas es una condición necesaria, pero no siempre suficiente para ser lector. ¿En qué estriba la diferencia? ¿Qué es lo que hace de alguien que sabe leer un lector y de otro no? ¿Qué características distintivas le atribuimos a quien llamamos lector, de las que carecería quien sólo sabe leer?

Recuerdo por lo menos dos autores que se han referido a la diferencia entre saber leer y ser lector, y me voy a permitir tomar en préstamo sus conceptos. El primero de ellos es Pedro Salinas
[1], escritor y poeta español, quien tipificaba muy bien esa diferencia cuando distinguía entre leedores y lectores. Decía Salinas que la galería de los primeros era copiosa y daba numerosos ejemplos acerca de quienes la formaban, entre ellos, el estudiante que sólo lee para los exámenes, los profesores que sólo leen para preparar sus clases, los que sólo buscan información que les dé ganancia de algún tipo, los que sólo leen periódicos o comiquitas, en fin, todos aquellos que “recorren con los ojos el papel impreso”, pero sin que intervengan las “actividades superiores del alma”, según sus palabras.

“Frente a esas legiones de leedores” se encuentran, “en escasa minoría los lectores”. “Se define el lector simplícísimamente – afirmaba Salinas - como “el que lee por leer, por el puro gusto de leer, por amor invencible al libro, por ganas de estarse con él horas y horas, lo mismo que se quedaría con la amada”. Y agregaba que no hay ningún ánimo en el lector “de sacar de lo que está leyendo”….”nada que esté más allá del libro mismo y de su mundo.”

Debo confesar que, aunque no estoy de acuerdo con las palabras de Salinas en lo que se refiere a poner etiquetas a los lectores – rechazo la idea de categorizarlos, como cuando se habla de malos o de pobres lectores –, sí estoy de acuerdo con él en cuanto a su definición de lector. Ella me trae, además, a la memoria aquellas palabras de Roland Barthes
[2] cuando compara al lector con el enamorado o el místico por su deseo de encerrarse a leer, haciendo de la lectura “un estado absolutamente apartado, clandestino, en el que resulta abolido el mundo exterior”. Creo que esta imagen del lector como alguien que se aparta de la realidad para vivir a través de las imágenes que forja su imaginación es bastante frecuente, no sólo entre los que escriben sobre el tema sino también entre la gente común.

El segundo autor, Alberto Manguel, en una magistral conferencia que pronunció en Sevilla hace tres años, y que tituló Cómo Pinocho aprendió a leer, no deja lugar a dudas sobre la distinción entre saber leer y ser lector.

Para este autor, las aventuras de Pinocho son en realidad “la crónica de un aprendizaje”. En palabras de Manguel:

“La historia del muñeco es la de la educación de un ciudadano: la antigua paradoja de alguien que desea ingresar en la sociedad de los hombres mientras que, simultáneamente trata de saber quién es, no según lo perciben los demás, sino en sí mismo. Pinocho quiere ser “un niño de verdad”, pero no cualquier niño, no la obediente y pequeña versión de un ciudadano ideal. Pinocho quiere ser quien verdaderamente es bajo la madera pintada.”

Pinocho es un ser rebelde, desde luego, pero pese a su rebeldía, es consciente de que debe retribuir a Geppeto, su creador, todo lo que ha hecho por él y decide, en consecuencia, que “irá a la escuela donde aprenderá a leer, a escribir, donde aprenderá también matemáticas” y después, cuando gane dinero “gracias a mi talento – dice Pinocho - le compraré una chaqueta nueva a mi padre”. (Recordemos que Gepetto había vendido su única chaqueta para comprarle la cartilla a Pinocho). Acepta entonces la escuela, y aunque “Pinocho se convierte en un niño bueno que aprendió a leer – nos dice Manguel – Pinocho nunca se convierte en un lector”.

El hecho de aprender a leer, siempre de acuerdo con Manguel, significa varias cosas:
“…el proceso mecánico de aprender la clave de los signos mediante los cuales una sociedad codifica su memoria”.
“…el aprendizaje de la sintaxis que rige dicho código”.
“…el aprendizaje de cómo las inscripciones en semejante código pueden servir (de una forma profunda, imaginativa y práctica) para conocernos a nosotros mismos y para conocer el mundo que nos rodea. Este último aprendizaje es el más arduo, el más peligroso y el más potente, y este es el aprendizaje que Pinocho nunca alcanza a poseer”

Y sigue diciendo Manguel:

“Las tentaciones mediante las cuales la sociedad lo fascina y lo distrae, las burlas y las envidias de sus compañeros, la fría tutela de su preceptor moral: todas estas presiones de índole diversa crean para Pinocho una serie de obstáculos casi infranqueables que le impiden convertirse en un verdadero lector.”
Muchos de nuestros niños y de nuestros jóvenes, al igual que Pinocho, no alcanzan a ser lectores porque no han aprendido a leer en profundidad, no han aprendido a penetrar en los libros, a dejarse llevar por la imaginación, a asomarse a otros mundos, a vivir otras vidas y a experimentar distintas emociones, mientras sus ojos recorren las páginas del libro.

Pero también ellos, como Pinocho, están sometidos a muchas tentaciones en la sociedad actual, aunque la índole de las mismas sea muy diferente de las que acosaban a Pinocho. Ni tampoco están libres de la envidia y las burlas de sus compañeros que son causa, como bien lo sabemos a través de la obra de Michèle Petit
[3], del miedo y el rechazo a la lectura que muestran muchos jóvenes. Con esto quiero decir que también nuestra sociedad opone muchos obstáculos en el camino de quienes desean convertirse en lectores. Hay demasiadas opciones para ocupar el tiempo disponible y todas son igualmente atractivas: música, cine, televisión, deportes, bailes, nuevas tecnologías cada vez más sofisticadas… Entonces, ¿por qué leer? Estoy segura de que Pinocho, el rebelde, y muchos niños y jóvenes como él, preguntarían ¿por qué tenemos que convertirnos en lectores?

No resultaría fácil contestar a esa pregunta. En verdad no hay un porqué, en el sentido de que nadie tiene obligación de convertirse en lector si no quiere serlo, pero es de lamentar que esa decisión se tome por lo general a ciegas, antes de experimentar verdaderamente lo que significa ser lector. Pero tal vez podríamos responder de otra manera, desde nuestra posición de lectores, hablándoles acerca del influjo que ejerce la literatura en nuestro pensamiento, en nuestras emociones, en nuestra manera de ver el mundo y de vernos a nosotros mismos; acerca de cómo la lectura puede ayudarnos a contemplar nuestros problemas desde otra perspectiva, y cómo a veces tan sólo una frase leída en un libro puede provocar un vuelco en nuestra vida. Podríamos decirles que a través de la lectura nos vamos formando una identidad propia, que leer nos permite adueñarnos de palabras y éstas nos hacen más libres, de cómo nunca nos sentimos solos si tenemos la compañía de libros… ¿Convencerían estas respuestas a Pinocho y a sus amigos? Seguramente no. No existen razones capaces de convencer a nadie para que se convierta en lector. Y el motivo es muy simple. La lectura es una experiencia absolutamente individual e irrepetible y sólo la realización continuada de esa experiencia puede despertar, o no, nuestro deseo de persistir en ese camino.

Y entonces, ¿qué podemos hacer los docentes? La sociedad nos sigue reclamando la formación de lectores, y en verdad creo que educar en la lectura es una de nuestras principales misiones, quizá la más importante porque a través de ella es posible lograr la formación integral del alumno como persona. Lo que la sociedad parece desconocer es que no sólo pone obstáculos para que niños y jóvenes se conviertan en lectores, sino que también los pone ante nosotros, los docentes, para que no podamos cumplir a cabalidad nuestro cometido. Peor aún, esos obstáculos no provienen solamente de la sociedad en general, sino del propio sistema educacional.

Si ustedes me lo permiten voy a abrir un paréntesis para hacer más claro lo que quiero decir. Sabemos que el problema de la lectura es un problema mundial y que la formación de lectores suscita preocupación aún en los países más desarrollados. Sin embargo, hay excepciones y una de ellas la constituyen los estudiantes finlandeses. El rendimiento en lectura mostrado por estos estudiantes en la evaluación de PISA, es decir del Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) realizada en 2003, es el más alto, y con una ventaja bastante apreciable, sobre los demás países que integran la Organización y que son los más desarrollados del mundo. También son estos estudiantes los que muestran el mayor compromiso e interés en la lectura, comparados con los estudiantes de los demás países. No es además la primera vez que esto sucede. Ya los estudiantes finlandeses habían mostrado resultados sobresalientes en lectura, así como también en ciencias, en evaluaciones anteriores diferentes a la de PISA.

En un artículo que estuve leyendo en estos días, escrito por dos miembros del equipo finlandés de PISA
[4], se exponen, precisamente, las posibles razones de los éxitos en lectura logrados por los estudiantes de ese país. Y creo que vale la pena comentar algunas de ellas porque pueden llevarnos a reflexionar sobre la situación que se vive en nuestros países en materia educativa, sin olvidar, por supuesto, las enormes diferencias de todo tipo que nos separan de un país como Finlandia.

Una de esas razones es la absoluta igualdad de oportunidades dada por el hecho de que todos los estudiantes reciben la misma educación básica comprensiva desde los 7 hasta los 15 ó 16 años. La diferencia entre los centros educativos es mínima y todos están atendidos por profesores de altísima calidad de modo de garantizar que todos los alumnos tengan las mismas oportunidades de aprendizaje con independencia del lugar en que viven.

Otra razón es la valoración y el respeto de los que goza la profesión docente y, en especial la de los maestros. El artículo dice textualmente lo siguiente: “Para la cultura finlandesa la profesión docente ha sido una de las profesiones más importantes de la sociedad y por consiguiente se han destinado muchos recursos para la formación del profesorado. Asimismo, se ha confiado en que los docentes lo harían lo mejor posible, como auténticos profesionales, y por ello se les ha otorgado una amplia independencia pedagógica en el aula, de modo que los centros han gozado también de bastante autonomía a la hora de organizar su trabajo dentro de los límites flexibles del currículo nacional”.

Una tercera razón, que explicaría el éxito de los estudiantes finlandeses y que es, a mi juicio, la más importante, es que durante los 6 primeros años, es decir en los cursos de primero a sexto, se da prioridad a la Lectura, Escritura y Matemáticas.

Cierro el paréntesis y pregunto; ¿cómo comparar esos seis años dedicados a lectura, escritura y matemáticas con lo que sucede en nuestros países, cuyos programas de primer grado, de los que yo conozco, tienen por lo menos cinco asignaturas, cada una con sus respectivos temas y subtemas que, en algunos casos, suman más de cien? Sé de un programa de primer grado que incluye como tema “nociones de estadística” y de otro programa que contiene “nociones de física y de química”. Reconozco que esto es discutible, dado que todo depende de cómo se presenten esos temas, pero mi temor y mi rechazo es que, como siempre, el sistema educativo siga privilegiando el conocimiento antes que la formación.

¿Cómo seguir entonces reclamando a los maestros que formen lectores? ¿En qué espacios? ¿Con qué tiempo? ¿Cómo es posible hacerlo mientras las condiciones del sistema escolar permanecen inalterables?

La lectura, y también la escritura, es un arte y, como todo arte requiere de tiempo, esfuerzo y mucha, muchísima práctica. Esta es especialmente importante para los niños menos favorecidos cultural y económicamente porque sólo en la escuela pueden encontrar los buenos libros que requiere su formación y el modelo lector encarnado en el maestro y en el bibliotecario, cuando lo hay.

Por eso a estas alturas, después de tantos años de trabajar en este campo, tengo el convencimiento de que hemos complicado innecesariamente el problema de la lectura y que la realidad suele ser mucho más sencilla de lo que creemos. El problema de la lectura tiene hoy para mí una sola respuesta: se aprende a ser lector leyendo mucho y leyendo buenos libros, con la certeza, sin embargo, de que aún así no todos los niños y jóvenes van a convertirse en lectores.

Pero también estoy consciente de que este enunciado, aparentemente tan fácil, es sumamente difícil de llevar a la práctica mientras quienes tienen poder de decisión no sean capaces de introducir los cambios que requiere el sistema educativo. No obstante, los docentes no podemos cejar en nuestro empeño de formar lectores, es nuestra responsabilidad y nuestro compromiso con los niños y los jóvenes que están a nuestro cuidado. Hemos hecho mucho, pero tenemos que hacer todavía más. No sé cómo lo vamos a hacer, no sé cómo vamos a vencer los obstáculos, pero no es posible defraudarlos. Para muchos de esos niños y jóvenes los docentes encarnamos la única posibilidad de obtener lo que de otro modo sería imposible para ellos: una identidad como lector mediante la cual podrán aprender a valorarse a sí mismos y al mundo que los rodea. Si Pinocho, en lugar de la fría tutela de su preceptor, se hubiera encontrado con la comprensión, el entusiasmo y el amor, que estoy segura todos nosotros estamos dispuestos a poner en nuestra labor, Pinocho se hubiera convertido en un lector semejante al que esperamos se conviertan nuestros propios alumnos.

María Eugenia Dubois
Mérida, octubre de 2006


Notas:

[1] P. Salinas (1996) El defensor. Bogotá: Editorial Norma
[2] R. Barthes (1987) El susurro del lenguaje. Buenos Aires: Paidós.
[3] M. Petit (2001) Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. México: Fondo de Cultura Económica.
M. Pedir (1999) Nuevos acercamientos a los jóvenes y a la lectura. México: Fondo de Cultura Económica.
[4] P.Linnakilä, J. Välijärvi (2006) Rendimiento de los estudiantes finlandeses en PISA. Las claves del éxito en lectura. Revista de Educación, extraordinario 2006, pp. 227-235.

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