martes, 16 de octubre de 2007

Shakespeare Mil Palabras

Por Gabriel Pabón Villamizar

La época

La época en que vivió Shakespeare fue excepcional para el cultivo de su genio. Si hubiera nacido veinte años antes, hubiera legado a Londres como un peón mal pagado, encargado de elaborar figuras en tela basta para dramas infantiles; y si hubiera nacido veinte años más tarde, hubiera arribado a la capital británica cuando el drama había empezado a perderse público masivo y a sucumbir en una especie de autocomplacencia decadente
[1]. Pero por fortuna, el poeta inglés vivió una confluencia de factores que se unieron aleatoriamente para favorecer su obra.
Había nacido Shakespeare en Stratford on Avon, cerca de Londres, en una época en que cesaban las luchas religiosas, y se imponía una especie de pax romana en el imperio inglés; al mismo tiempo, las luchas continentales provocaban una buena cantidad de inmigrantes por motivos de perfección religiosa, lo que hacía de Londres una especie de “ciudad abierta” que favorecía el florecimiento de expresiones culturales. En efecto, la capital británica en esa época se convirtió en el “paraíso de las mujeres” debido a la libertad que ofrecía la ciudad y que revirtió en una mayor participación cultural; por otra parte, el haberse Inglaterra desprendido del puritanismo católico y el dogmatismo papista, hizo que en Londres corrieran con más libertad las diferentes corrientes de pensamiento y se permitiera, por ejemplo, una política sumamente pragmática respecto a la existencia de dos expresiones cultrales claves: el teatro y el libro.

El libro tuvo un lugar privilegiado en Londres. En efecto, el libro enseñaba al inglés medio cómo manejar sus cuentas, cabalgar, cocinar, escribir, navegar; en fin: sobrevivir sin necesidad de médicos o maestros. Al no existir diccionarios en lengua inglesa, el londinense desarrollaba, a la par que una buena memoria y un sentido libre de lo que era su idioma, un culto especial por la lengua escrita.

Paradójicamente, la mayoría de la obra de Shakespeare no fue publicada en su vida; sólo después de su muerte, dos de sus amigos más cercanos se dieron a la tarea de recopilar los textos, y recuperar, de memoria, la mayoría de los parlamentos; esto último no resultaba tan arduo desde que la mayoría de los actores había necesitado memorizar no uno, sino varios papeles; y, por otro lado, la recuperación por la memoria se facilitaba al (y este es un factor que se olvida con frecuencia en la mayoría de las traducciones a otras lenguas) ser la obra dramática de Shakespeare expresada no en prosa sino en verso, lo que, como ya se sabe, es un recurso mnemotécnico, además de artístico.

Shakespeare es un dramaturgo, peo también un poeta. Primero, por la profundidad, la originalidad de sus imágenes; segundo, por el lirismo de su lenguaje; y tercer, porque, repetimos, buena parte de sus parlamentos fueron originariamente concebidos y expresados en versos de gran factura formal, con los parámetros de la época: ritmo, métrica y rima.

El cultivo del verso por parte de Shakespeare, no es de extrañar, dada la particularidad de su formación. En su infancia, su familia lo matriculó en la escuela del pueblo. “Latín, más latín y todavía más latín”, era mayoritariamente lo que se estudiaba; y si había posibilidad de cursar una segunda lengua, existía la posibilidad de que ésta fuera era el griego. Aparte del latín, la escuela de Stratford no le enseñó a Shakespeare nada más. No le enseñó matemáticas o alguna ciencia natural, o historia, a menos que fueran algunos fragmentos referidos a viejos eventos. Pero hubo una circunstancia que el joven Sakespeare aprovechó inteligentemente: los estudiantes necesitaban, en el momento del examen final, recitar largos fragmentos de algún clásico latino; había un considerable énfasis en una buena expresión pública, y en un controlado e inteligente uso de la voz; por eso, algunos maestros permitían a sus discípulos actuar obras de Plauto y Terencio para permitirles experiencia en el manejo de la palabra hablada.

En Londres, Shakespeare aprendió francés; a la par que hacia una especie de auto-cultivo muy libre y creativo del idioma, su experiencia y su genio le permitieron combinar de forma providencial el conocimiento de los sentimientos y gustos del pueblo, con las sutilezas conceptúales y formales de la expresión poética de su tempo. Su expresión poética llegó a las capas más variadas de su sociedad. En sus obras teatrales se interesaba la corte real, peo también el vulgo. La masa de asistentes a sus representaciones teatrales estaba compuesta por sastres, tintoreros, caldereros, cordeleros, marineros, viejos, jóvenes, mujeres, muchachos, etc. Seguramente el interés de este público atendía a ver escenas espectaculares, pero también era receptivo a una poesía cercana a la vida y a sus situaciones dramáticas. En palabras de Arnold Hauser, “Shakespeare fue de todos modos el primero, si no el único, gran poeta en la historia del teatro que se dirigió a un público amplio y mezclado que comprendía, puede decirse, todas las capas de la sociedad. ”.

Mucho más cultista es la forma de expresión presente en sus poemas. Hay que recordar que la formación recibida por Shakespeare en su infancia y juventud fue clásica y academicista; pro otro lado, el espíritu y las circunstancias de la época exigían una poesía elitista y cortesana.

Shakespeare es poeta por doble partida: poeta épico en sus dramas, y poeta lírico (si no es redundancia decirlos) en sus sonetos. Pero dejemos que lsea la voz autorizada de algunos especialistas la que no de la magnitud de la calidad de los sonetos:
- “En los sonetos (…) se encuentra todo el contenido de su teatro, admiración, amor, celos, enredos, deslealtades, pasión, sensualidad, cambios de ánimo"; y si en las obras de teatro aparece con profusión el verso, en los sonetos alcanza el total protagonismo, desembocando en un final casi siempre memorable. Para añadir matices, el destinatario de la mayor parte de los poemas es un joven, y de otros una mujer que se interpone entre el muchacho y el poeta; la diferencia de edad y el tiempo, con mayúsculas, son el telón de fondo", añadió Rivero, quien además de director de la Casa del Libro de Sevilla, es traductor de Keats y de Tennyson, entre otros”. (Antonio Rivero Taravillo).


Notas:

[1] Esta, al igual que las demás referencias bibliofráficas, se basan en el libro Shakespeare of London, de Marchette Chute, E.. Dutton and Company nc., Publishers, New Cork. 1949.


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